Todo era maravilloso. Cuando me enamoré de ti, mi vida y sobre todo mi mente eran como la casa de mis sueños: decorada con cuadros preciosos, espaciosa y cálida. Al principio era como un sueño, hasta que, de una forma sutil, me prohibiste ver a mi mejor amigo. En ese momento sentí la caída de uno de los cuadros, pero tampoco le di mucha importancia, no me gustaba tanto ese cuadro.

Más tarde empezaron los reproches por mi maquillaje, por llevar ropa que hacía que la gente me mirase, por llevar tacones demasiado altos, por sonreírle de más al dependiente de la tienda, por no querer darte mis contraseñas, etc. Con cada una de estas brocas se rompía un jarrón, estallaba un cojín o se agrietaban las paredes. Trataba de arreglarlo poniendo cinta adhesiva, pero con esto solo conseguía que la pintura se levantase aún más.

Llegó un momento en el que me encontraba sentada en el despeluchado sofá de mi casa de ensueño. No me atrevía a levantarme, pues sabía que me pincharía con algún cristal o que al pisar el parqué se acabarían de romper los cimientos y la casa se vendría abajo conmigo dentro. Decidí que no podía seguir clavándome en la espalda los muelles del sofá, por lo que me armé de valor y corrí lo más rápido que pude, abrí la puerta y salí. La casa se derrumbó al instante. Ahora solo me queda reconstruirla uniendo sus pedazos uno a uno.