Por María P. alumna de 2º BAC
Me desperté, con los ojos algo hinchados, me había pasado la noche llorando, mirando al techo y sin poder conciliar el sueño, hasta que en algún momento sin darme cuenta lo hice, callé mi cabeza. Esa mañana había algo distinto, la casa estaba rara, mis padres estaban presentes, pero no intercambiaban ninguna palabra entre ellos. No hubo buenos días, tampoco el zumo de cada mañana. La noche anterior habíamos acabado diciendo cosas que no debíamos, pero que eran verdades.
No sé cómo sucedió, pero mis padres se empezaron a gritar, yo ya estaba harta de esas discusiones. día tras día, iba teniendo menos sentido estar todos bajo el mismo techo. Ya no aguanté más y en un momento de agobio la que empezó a gritar fui yo, supongo que fue por lo que llevaba tanto tiempo reprimido en mi interior y lo solté, sin más, era incapaz de seguir en esa casa. La discusión siguió y siguió, grito tras grito. Pero hasta que no amanecí a la mañana siguiente no me di cuenta de las consecuencias que iba a tener, mi casa, más bien mi hogar había desaparecido, y dudaba mucho de que en algún momento pudiera volver a aparecer.