Por Miguel C. alumno de 2º BAC
Ese día nada podía salir mal. Yo, Manolo, debía presentar en Copenhague, frente al más selecto y experto público, frente a los más prestigiosos científicos e ingenieros, el proyecto en el que tanto dinero y tiempo había invertido mi empresa.
No era de costumbre viajar el mismo día de la gala pero las fechas se habían torcido y se había planteado de esa forma la jornada. Es por eso que recorría el aeropuerto con más impaciencia de la esperada, debía coger ese avión. En una de mis interminables carreras choqué con una mujer, ambos prestábamos atención a distintas cosas y nuestro equipaje de mano cayó al suelo. Recogí enseguida mi maletín, el cual no había facturado para seguir trabajando desde el aire. Solo me faltaba ir a la puerta de embarque y esperar a que dieran permiso para pasar el avión. Llegó mi turno, enseñé mi DNI y mi tarjeta de embarque, la chica me devolvió la documentación, me miró con mala cara, sus compañeros me apartaron de la fila y ella dio orden de que pasara el siguiente. Exigí explicaciones y cuando vi la documentación entendí que Dolores se llamaba Manolo y yo me llamaba Dolores.
Habíamos intercambiado equipajes, identidades, destinos, y lo peor de todo, Dolores tenía un proyecto millonario que me pertenecía.