Por Rodrigo M. alumno de 1º BAC
El tren avanzaba lentamente entre montañas y valles cubiertos completamente por la niebla, al son de ese traqueteo tan característico que seguía sonando sin pausa alguna, marcando el inevitable transcurso de la vida. El murmullo del viento se filtraba por las ventanas mal cerradas del vagón, como un emotivo cuento susurrado al oído, lleno de viejas historias y abundantes despedidas.
Cada estación que Lisa observaba pasar por la ventana era un nuevo adiós disfrazado de promesa; pero no podía evitar ver toda su infancia, llena de risas y lágrimas, al observar su rostro reflejado en aquel indecente y empañado cristal, solamente interrumpido por las pequeñas gotas de agua que se condensaban en el interior del vagón.
Su maleta cargaba más sueños que ropa, más recuerdos que joyas; y su corazón latía entre el miedo a lo desconocido y la emoción. Al fin había llegado el momento: el silbido del tren, acompañado de una gran nube de espeso humo blanco anunció la próxima parada: la nueva vida de Lisa. Emocionada y con sus profundos ojos empapados en lágrimas, decidió respirar hondo y prepararse para apearse en la cada vez más cercana estación sin volver a mirar atrás.
