Abrí los ojos y sentí una extraña paz. No estaba en mi cama, tampoco en mi casa, pero todo a mi alrededor era blanco, luminoso, como si flotara en un espacio sin tiempo. Lo último que recordaba era el sonido de frenos, y un grito. Y, entonces, lo entendí: había muerto. La sorpresa no fue tanto el hecho en sí, sino la tranquilidad con lo que lo acepté. ”¿Y ahora qué?”, me pregunté, mientras observaba mi propio cuerpo inerte desde una distancia indefinida.

      De pronto, frente a mí apareció una figura con aspecto amable y rostro difuso. ”Bienvenido”, dijo con una voz cálida. Sin darme tiempo a pensar, me entregó un cuaderno en blanco. ”Aquí empieza tu nueva tarea. Escribe tu vida, todo lo que recuerdes y todo lo que hubieras querido hacer”.

      Confuso, hojeé las páginas vacías, preguntándome por qué alguien querría que recordara mi vida justo después de haberla dejado atrás. Al principio, dudé, pero luego empecé a escribir. Cada recuerdo que anotaba se convertía en un pequeño destello que flotaba a mi alrededor, iluminando el espacio blanco.

      Cuando terminé, el libro desapareció de mis manos, y con él, todos mis arrepentimientos y deseos incumplidos. “Ahora estás listo”, dijo la figura. Sentí una especie de ligereza indescriptible, como si cada pedazo de mi ser se liberara de lo que había sido. Y así, sin más preguntas, avancé hacia la luz, con la sensación de que lo mejor aún estaba por venir.