Por Alba S. alumna de 2º BAC
Estaba tan harto de decepciones que me había rendido. Carolina me había dejado por otro con más dinero. Blanca necesitaba más tiempo para saber qué quería realmente. Sonia no quería que sus hijos heredaran el tamaño de mi nariz. Nerea vivía por y para su trabajo, porque los números de la contabilidad de un hotel eran más importantes que yo. Sara era demasiado voluble e inestable, parecía que iba a estallar en cualquier momento. Valeria les mentía a sus amigos sobre mi trabajo, ya que eran demasiado elitistas como para juntarse con alguien de clase media. Julia trató de cambiar mi forma de vestir, de hablar, de comer y hasta casi de pensar. María no me permitía salir con mis amigos y, cuando lo hacía, se enfadaba conmigo y me acusaba de haber hecho cosas terribles.
Todas ellas me dejaron con el corazón roto y un sentimiento de insuficiencia. Decidí buscar ayuda psicológica y tras varias sesiones me convertí en mi propio amor de mi vida. A la salida de una de las consultas sentí como un objeto punzante atravesaba mi ojo. En urgencias una preciosa enfermera me curaba y me sonreía coqueta y tímida, entonces supe que lo que me había dado en el ojo era la flecha de Cupido.
Tenía el presentimiento de que esta sería la definitiva, y aunque no lo fuese no pasaba nada, ya que había conseguido el más importante de los amores: el amor propio.