Por Lucía B. alumna de 2º BAC
Sin intentar evitarlo, la flecha abandonó su arco y la sujeción de sus finos dedos. Surcó el aire bajo atentas miradas de los dioses y el semblante de indiferencia de Eros, hasta que finalmente encontró un obstáculo en su recorrido y se clavó en él.
Al ver dónde había acabado su flecha, en Eros comenzó a aparecer una mueca de arrepentimiento y desolación que solo ellos podían mostrar, pero por mucho miedo que sintiera, no podía apartar la mirada de aquella grotesca imagen del dios más grande. Nadie le perdonaría nunca jamás haber clavado una flecha en el ojo del padre de todos los padres, lo sabía él, y lo sabían las Moiras, que ya empezaban a buscar sus tijeras.
Sin embargo, tampoco nadie imaginó, que pudiese hacer efecto el nimio poder de Eros sobre el magnífico Zeus, cuando se empezó a oír una melodiosa voz en el horizonte de una hermosa chica a la que posteriormente nombraríamos Europa.