Por Gabriela B. alumna de 2º BAC
Me despierto, me miro al espejo, y… ¡Soy una camisa! Una de esas camisas que siempre quedan bien, de algodón suave y botones brillantes. Pensé que sería divertido hasta que ÉL me eligió. Un tipo despreocupado, por no decir fanático del desorden. Me lanzó un tirón que casi me descose y me puso sin verificar si estaba bien planchada ¡Un desastre!
El día fue una tortura. Primero, me empapó de sudor en cuanto salió a la calle; luego, en la comida, decidió que era buena idea pedir una hamburguesa. Ketchup y mayonesa por todas partes. Lo peor vino después, el café en el trabajo, que se derramó por completo sobre mí.
Pensé que el martirio había terminado cuando me lanzó a la cesta de la ropa sucia, pero no… ¡Vaya mareo en la lavadora! ¡Y luego casi me abraso en la plancha!
Cuando vuelva a ser una persona, juro tratar bien a mis camisas.