Ahí estaba yo, ya mi quinto día en la capital, esperando a grabar por la tarde un nuevo programa de Pasapalabra. Sabía como los otros días que hoy podía ser un gran día, el día en el que me llevase el bote más grande de la historia de la televisión, valorado en más de cuatro millones de euros.

Llegué al plató vestido con un aire más elegante que los anteriores días, con una camisa y unos pantalones de ejecutivo, me terminan de preparar, me maquillan, me colocan el micro y salí al plató al compás de los aplausos del público, teniendo la sensación de que hoy era mi día, tenía una corazonada.

Conforme transcurría el programa me iba sintiendo más cómodo y con menos nervios, hasta que llegó el momento del rosco, y ya me quedaba solo una palabra. Nunca había llegado tan lejos y temblaba como un flan. Me quedaban 14 segundos y aún tenía tiempo de pensar. Comenzó el tiempo y me preguntó con la L el autor que había escrito la obra de poesía Poeta en Nueva York en 1940.

Yo estaba entre Lope de Vega y Lorca, pero no sabía cuál de las dos era la respuesta correcta. Quedaban cinco segundos y me la tenía que jugar y dije: “¡¡Lorca!!” En ese preciso momento se hizo el silencio en la sala, hasta que el presentador dijo gritando: “¡¡¡CORRECTOO!!!

Me eché a llorar de la emoción y en ese momento supe que me había vuelto millonario.