Por Ángel G. alumno de 1º BAC
No había sido una semana fácil, el cierre de una mala temporada de exámenes, culminó con una lesión de larga duración en el entrenamiento previo a las navidades. Al llegar a casa, con el alma agotada y la tristeza pesándome en cada paso, las muletas que me ayudaban a sobrellevar mi lesión, se resbalaron de mis manos, cayendo al suelo con un ruido que parecía sellar mi derrota. Sin ánimo de levantarlas, me dejé caer al suelo. La oscuridad de mi habitación parecía devorarme, cuando una luz iluminó el pasillo, anunciando la llegada de esa persona. La puerta de mi habitación se abrió lentamente, y frente a mí, apareció ella, que siempre lograba consolarme, ella, que siempre quería ayudarme, era esa mujer bendecida, era esa mujer que me dio la vida.
