Me llamo Lucky, y nací en la fábrica de tabaco más grande de la ciudad. Fui empaquetado con otros diecinueve hermanos en una cajetilla roja y blanca, todos esperando nuestro destino. No tardamos mucho en encontrarlo. Un hombre con manos temblorosas me sacó de la caja, me miró fijamente y me llevó a sus labios. ”Tienes suerte” pensé, ”te han elegido primero”. Una cerilla rasgó el silencio y de repente una cálida llama me encendió. Sentí un cosquilleo ardiente recorrer mi cuerpo mientras el hombre daba una profunda calada. Cada bocanada me hacía más corto. 

Observé el mundo desde su boca, coches que pasaban a toda velocidad, risas lejanas, el murmullo de la ciudad… Me sentí importante, como si fuese un reloj de compañía. Pero entonces cuando apenas quedaba un último suspiro en mí, el hombre me dejó caer. Me sentí traicionado .De ser su consuelo, su distracción, pasé a ser solo una colilla aplastada en el suelo. 

Miré al cielo una última vez antes de que una suela me redujera en cenizas. Así termina la vida de un cigarrillo: encendido con ansias, consumido  en minutos y olvidado en segundos.