Me levanté sobresaltado al no haber oído mi despertador y me fijé en que no me encontraba en mi habitación. Me dirigí al espejo donde me di cuenta de que no era yo la persona que aparecía: era un señor mayor con más entradas que un cine. ¡Era el profesor de Lengua!

Su mujer me preguntó por qué me levantaba a esas horas, yo le contesté que me levantaba para ver si la coordinadora había contestado a mis correos para de esa manera no levantar sospechas. Llegué al instituto con dificultades y di las clases. Bebía agua abundantemente a la vez que me fallaba el proyector y al finalizar dejé la clase con la pizarra llena de oraciones para Víctor, así como lo hacía Miguel Ángel normalmente.

Fueron unas horas muy largas, pero al final acabé de dar las clases y me dirigí al Montesol a por una doble de bravas. Luego llegó el momento que había estado esperando todo el día: encendí el portátil, abrí la carpeta de notas y modifiqué estas a mi favor. Tenía que aprovechar: al fin y al cabo, no siempre soy un profesor.