Por Lucas V. alumno de 2º BAC
Empezó en un semáforo.
Esa chica había aparecido hacía tres días en el mismo cruce de cebra por el que pasaba con su coche de camino al trabajo dos veces al día. Diez de la mañana, seis de la tarde. Llevaba haciendo el trayecto cinco años y nunca antes la había visto.
Se paraba delante de todo y de todos durante el escaso minuto que transcurría entre una luz roja y una luz verde. El primer día hizo malabares, el segundo equilibrios, el tercero piruetas y el cuarto se atrevió por fin a abrir la ventanilla para dejarle algo de dinero en el sombrero que balanceaba entre motos y coches. Le miró fijamente y le dedicó un gracias aún más brillante que su sonrisa. Se llamaba Brenda, lo descubrió al quinto día. Al sexto que trabajaba como una actriz sin mucho renombre, todavía, le dijo, sin mucho renombre todavía.
Cada vez apuraban más los segundos que les regalaba el semáforo. Al octavo le contó que le encantaba el chocolate. Al noveno que aspiraba a viajar a Nueva York. Al décimo que tenía una hermana pequeña. Y el undécimo día… No apareció.
El principio de la historia sucedió en un semáforo, pero el resto no.