Salesianos Zaragoza
Veréis lo que son milagros

13 mayo 2020

Hoy queremos compartir este artículo del salesiano Josan Montull publicado en su blog.

Te escribo a ti que, sin conocerte, manifiestas tu escepticismo ante las devociones y tu negativa a aceptar los milagros en nuestro mundo, porque consideras que toda esa fe forma parte de un pasado felizmente superado. Te escribo a ti, con la convicción de que tú, como yo, estamos invitados a hacer milagros…aunque cada cual les llame de una manera distinta.

Vivimos tiempos de mirada corta. Mucha gente, como tú, sólo cree en lo que ve, en lo empírico, en lo científicamente demostrable. Hay una gran dificultad para tener una mirada trascendente que vaya más allá de lo que tenemos delante.

Este estilo de vida y mirada contrastan con las de los santos; en ellos hay una permanente visión espiritual de la existencia que les lleva a atribuir a la providencia divina realidades terrenas de la vida diaria.

Una de las frases atribuidas a un santo que conozco bien, don Bosco, es la que decía “Confiad en María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”. Animaba así el sacerdote piamontés del siglo XIX a confiar totalmente en María, a tenerla presente en los momentos de dificultad, a invocarla cuando ya nada parece tener solución -en definitiva- a acercarnos a ella.

Yo creo profundamente en la intuición que hay tras esa frase. Baste para ello mirar, que quien la pronunció, comenzó su camino siendo un cura marginal, hijo de campesinos, rechazado por la curia y muchas autoridades eclesiásticas, que –desde la pobreza más absoluta- llevó a cabo una obra al servicio de la juventud necesitada que hoy está extendida en más de 130 países. Cierto es que, desde una mentalidad mercantil y financiera, nadie hubiera podido imaginar un proyecto tan absolutamente grandioso que, sin ningún afán económico, se extendiera por tantos países al servicio de los jóvenes más necesitados.

No nos tiene que extrañar que, en su lecho de muerte en 1888, el mismo Don Bosco dijera “Ella lo ha hecho todo”, refiriéndose a la extensión de su Congregación en tantos países. Él se seguía viendo como aquel pobre campesino que, puesto en manos de la Virgen y bajo su influjo, había llegado incluso hasta el continente americano. Claro está, que él se había dejado la piel y la vida en conseguir que aquella confianza en María se tradujera en una entrega incondicional a un proyecto extraordinario, partiendo de la fragilidad más absoluta, con un trabajo extenuante y una fe inquebrantable. Don Bosco vio así como un milagro toda la gran obra que había salido de sus pequeñas manos.

En los evangelios la palabra “milagro” significa “signo”; un milagro es un signo de una sociedad nueva que ya se está haciendo realidad y que en el lenguaje bíblico se designa con la expresión “Reino de Dios”. Milagros son pues trasformaciones extraordinarias de una persona o de un colectivo. No son magia, no son juegos de manos, requieren de la fe de la persona y comportan con frecuencia un desafío a las leyes (Jesús, por ejemplo, tocaba enfermos en sus milagros y ese contacto físico estaba prohibido por la religión judía).  No en vano, a Jesús se le condenó, entre otras cosas, por sus milagros.

Todo creyente acepta la posibilidad que Dios actúe extraordinariamente, providencialmente, por otra parte, todos estamos invitados a hacer milagros, es decir, a tocar las realidades dolorosos de la Historia, aunque suponga un desafío a las leyes, y a hacer lo posible para que este mundo nuestro sea un poco más humano… parecido a ese Reino de Dios que predicó Jesús. Creer en los milagros no significa cruzarse de brazos para esperar que Dios –o la Virgen- lo hagan todo. Para el creyente, creer en los milagros supone creer que cada uno está llamado a hacer milagros. Dios, que es Padre pero no paternalista, necesita nuestras manos para humanizar la tierra. De nada vale una fe de alguien que cree en la intervención milagrosa de la Virgen, si luego no está dispuesto a comprometerse en la transformación de la sociedad.

A don Bosco –como a todos los santos y santas- la confianza en la madre de Jesús le llevó a comprometerse radicalmente, más allá de unas fuerzas humanamente previsibles, en hacer el bien. Claro que el creyente pone sus fuerzas en manos de lo sobrenatural cuando vive situaciones difíciles…pero lo que se pide es ánimo para seguir adelante. Rezar no es pedirle a Dios que Él haga lo que nosotros queremos, sino pedirle fuerzas para que nos ayude a que nosotros hagamos lo que Él quiere que hagamos. El “hágase tu voluntad” no es el “haz mi voluntad”. Ni Jesús deseaba morir en la cruz ni María deseaba que su hijo acabará ejecutado como un malhechor. Su poder no le sirvió para un beneficio propio…sino para aceptar la cruz y así transformar la Historia.

Querido amigo escéptico, creo que es urgente que hoy abramos los ojos; hay muchos milagros a nuestro alrededor y mucha dificultad para verlos. Tal vez nuestra mirada capte más las desgracias que las bondades; hay personas buenas, soñadoras que se van al Tercer Mundo a apostar por los más pobres, gente que cuida enfermos y ancianos, jóvenes monitores que se entregan educando a los más pequeños, colectivos que ayudan a inmigrantes y refugiados, personas que abren su casa a los que no tienen, voluntarios que a través de Caritas o de otras asociaciones se comprometen por los más vulnerables, vecinos solidarios capaces de ayudar en tiempos complicados… hombres y mujeres, con gran variedad de credos y opciones, que entienden la vida desde el compromiso por los demás. Jesús denunciaba a aquellos que “teniendo ojos, no ven, y teniendo oídos, no oyen”. Existe la bondad y todas las devociones deben ayudar a multiplicarla. Es ahí donde encuentra sentido el “Sabréis lo que son milagros” que tú no acabas de aceptar, porque la auténtica devoción es confiadamente comprometida y generosamente entregada, lo demás es superstición.

Así que, ya sabes, abre los ojos, mira la situación de injusticia que hay a tu alrededor, mira tus manos y tus posibilidades…mira a María de Nazaret y confía en ella sabiendo que ella confía en ti.

Haz esto y, te lo aseguro, verás lo que son milagros.

 

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