Por Tanya R. alumna de 1º BAC
Siempre soñé con viajar en el tiempo. Imaginaba aventuras en épocas remotas o encuentros con héroes del pasado. Pero cuando finalmente logré activar mi máquina del tiempo, supe exactamente a dónde quería ir.
Apreté los controles y fijé el destino; 15 años atrás, en el patio trasero de mi infancia. El sonido del motor se desvaneció, y ahí estaba yo, escondida entre los arbustos, observando la escena más tierna de mi vida.
Mi madre joven, fuerte y sonriente, jugaba a atrapar mariposas conmigo. Su risa llenaba el aire y mi yo de 8 años corría alrededor suyo, riendo sin parar. Quise acercarme, abrazarla, decirle cuánto la extraño, pero sabía que no debía alterar el pasado. Así que me quedé allí, con lágrimas en los ojos, y guardando cada detalle en mi memoria.
Regresé a mi presente con el corazón lleno y roto a la vez. Entendí que los verdaderos viajes en el tiempo están en nuestros recuerdos y que a veces, mirar atrás nos ayuda a seguir adelante.